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Leyenda de las lágrimas del sombrerón, Guatemala

Por: Candy Grajeda | Actualizado el:
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Algunos guatemaltecos cuentan que el Duende nunca olvida a las mujeres que ha querido. (Foto: Impacto GT)

Las lágrimas del Sombrerón es una leyenda de Guatemala que se presenta en su versión hecha por el historiador Celso Lara y desarrollada en la ciudad.

La leyenda de las lágrimas del sombrerón, es uno de los tantos relatos de la tradición oral guatemalteca. Este relato tiene como escenario principal a las calles de la Ciudad de Guatemala. Esta es la versión del historiador Celso Lara.

Las lágrimas del sombrerón

Esta misteriosa historia se remonta a una noche estrellada por las calles del barrio del Sagrario, frente a la catedral en la ciudad capital. El panorama se percibía vacío, con polvorientas calles, todo callado sin ruido, nada de nada. A lo lejos solo se oía el pausado caminar de un patacho de mulas.

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(Foto FB: Intercop R.L)

El carbonero

Con el paso de los animales, en la esquina del llamado Callejón Brillante, se recortó con claridad la figura de un vendedor de carbón. Este personaje miraba para todos lados en busca de una dirección, que al encontrarla prosiguió por ese camino y jaló a sus animales hacia otra calle estrecha, rumbo al barrio de la Candelaria.

Lo extraño de esto, era que cuando el carbonero pasaba, se oían los ladridos de perros que luego se convertían en alaridos o llanto. Según decían, el carbonero era bastante enano, vestido siempre de negro y con un cinturón brillante que rodeaba su cuerpo menudo.

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(foto: De Guate)

Además, portaba unos botines de charol impecables, los cuales tenían espuelas plateadas que resaltaban en la oscuridad. Al hombro, una guitarra pequeña y sobre su cabeza un enorme sombrero.

El pequeño carbonero atravesó presuroso el atrio de la iglesia de Nuestra Señora de Candelaria, dobló por la Calle de la Amargura y se detuvo frente a un viejo palomar. Amarró a sus animales en un poste, descolgó su guitarra, la afinó y empezó a cantar:

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Iglesia Nuestra Señora de candelaria, pileta al fondo. (Foto FB: Pedro A. Cortes A.)

Los luceros en el cielo caminan de dos en dos, así caminan mis ojos cuando voy detrás de vos. Eres palomita blanca como la flor de limón, si no me das tu palabra me moriré de pasión”.

La bella Nina

Las mujeres en las piletas se reunían a preguntarse si habían escuchado los cantos de la madrugada. Algunas decían que era algún enamorado de Nina —una preciosa muchacha del barrio—.

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(Foto: Cuentos de espantos y aparecidos)

Muchas sospechaban del pequeño carbonero e incluso, a la mamá de la joven no le gustaba ver a su hija con el pelo tan largo. “El duende va a entrar a esta casa si se deja crecer tanto el pelo. Entendéme chula, es por tu bien, no seas terca”, le decía siempre a Nina.

Pero la joven se sentía halagada por las serenatas que le llevaban por las noches, ya que estaba impresionada con la voz de ese hombre. Durante varias noches, Nina recibió serenatas del mismo hombrecillo, a quien nunca había visto pero se lo imaginaba como un joven apuesto.

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(Foto FB: Cuéntame tu historia de miedo)

Una noche, Nina abrió su ventana para descubrir el rostro detrás de aquella voz. Un pequeño hombrecillo se asomó y entró a su casa. No obstante, esto generó incertidumbre, tanto así que un día, una de las señoras del barrio se quedó oculta en la ventana de su casa para ver quién era el pretendiente.

De repente, logró ver que era el sombrerón quien entraba a la casa de Nina. Ante este hecho, le contaron a la mamá de Nina que el Tzitzimite, era quien la visitaba. La señora se impresionó porque su hija se veía toda flaca y desmejorada.

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(Foto: Genially)

Nina y su mamá se fueron del barrio, a la joven la metieron a un convento, quien al estar lejos de su amado empezó a morir lentamente. Mientras que el sombrerón regresaba cada noche a buscar a Nina, pero tampoco la encontraba. En el encierro y sin ver a su amado, la joven murió la noche de Santa Cecilia, en nomviembre.

El día de su velatorio, varios vecinos llegaron a darle el último adiós a Nina. Pero esa misma noche con el ruido del viente contra las ramas de los árboles del Cerro del Carmen. Al sonar las ocho de la noche, un pequeño hombrecillo se asomó a donde velaban a su amada y empezó a cantar.

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(Foto: Municipalidad de Guatemala)

Ay… ay… mañana cuando te vayas voy a salir al camino, para llenarte el pañuelo de lágrimas y suspiros”. 

Grandes lágrimas de tristeza se miraban caer debajo de ese gran sombrero. Al día siguiéndote, contaban en los barrios que nadie se dio cuenta cuando el sombrerón dejó de cantar y se fue. Lo que sí era extraño, es que al siguiente día se encontró un rosario de lágrimas a lo largo de las calles que llegaban hasta los barrancos que circundan en la ciudad.

Por eso, se dice que todas las noches de Santa Cecilia, en el Callejón de las Ánimas, muy cerca del cementerio, en un poste aparecen cuatro mulas amarradas, mientras que se escucha un triste canto. Al amanecer, en una tumba aparece una rosa cubierta de gotas, dicen que son las lágrimas del Sombrerón.

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(foto: Busy)

Referencias

Historia destacada